Era una tarde de otoño, de
aquellas en las que ya hay que subir el termostato para conseguir los 20 grados
del bienestar; aquella tarde, como algunas otras, estábamos divirtiéndonos, bromeando
y hablando de nuestras fantasías sexuales; algunas ya las habíamos llevado a la
práctica, otras estaban pendientes de realizar, pero aquel día volvió a salir
nuestra fantasía imposible.
Ella conocía mi oscuro deseo de hacer el amor con una
mulata de buen ver, era un deseo de adolescente que, a mi edad, seguía
asaltándome cada vez que veía una mujer de aquellas características. La
conversación con mi pareja dio lugar, en plan jocoso, a preguntarme qué haría
ella entretanto, yo le dije: “si quieres mirar…”
”si, hombre…” me contestó, y me dejó muy claro que de darse este caso poco
probable, ella querría participar y jugar conmigo, y, quien sabe si con ella.
Le pregunté si también querría que yo estuviera en el
caso de que su otra fantasía oculta, un trío con dos hombres, se produjera; estábamos
jugando y riendo, pero vi en su cara un rasgo de sinceridad, “naturalmente que quiero que estés; si esto
ocurre algún día, no sabría hacerlo sin ti, es a ti a quien amo, aunque me
gusten los tíos buenos y fantasear con ellos”, con una maravillosa
carcajada.
Hablamos de, llegado el caso, si sería mejor un conocido,
buscar a alguien por Internet, o ir directamente a un profesional del sexo, las
ventajas de esta última opción fueron fulminantes. Los dos nos amábamos y no querríamos
meter a terceras personas en nuestra vida amorosa, aunque esporádicamente en
nuestra sexualidad quisiéramos montarnos un “menage a trois”.
El tema quedó abierto, los dos estábamos de acuerdo en el
modo, aunque no acordamos ninguna fecha concreta.
Faltaban dos meses para su cumpleaños y pensé que sería
importante por mi parte ser el primero en obsequiarle con su fantasía; me
costaba buscar el hombre adecuado que colmara sus aspiraciones, sabía bien cómo
le gustaban, porque cuando los veía me lo hacía saber. Mi punto de celos
creció, tenía miedo de quedar mal delante de un profesional más joven, cachas y
además guapo… y con una polla mejor que la mía, trabajé mi ego y mis complejos
y finalmente me decidí. Después de visitar las Webs de algunas agencias de
profesionales del sexo, de algunos mails y llamadas, encontré a la persona que
sabía le encantaría: era guapo, moreno, muy varonil, cuerpo atlético, treinta y
pocos y, por la voz y currículum, deduje que además de apasionado, era culto y podía
ser sensible y tierno. Le conté mis miedos y me dijo: “tranquilo, quiero que el protagonista seas tú, yo sólo seré su
capricho…”
A ella la avisé un par de días antes, sin darle
demasiadas pistas, pero las suficientes como para imaginarse que la sorpresa
era sexual y que deberíamos salir de casa a una hora determinada, para que se
arreglase a su manera.
En la habitación del hotel había cava, tres copas, frutas
y chocolate, como había encargado. Diez minutos más tarde llegó él, a ella casi
se le cayeron las bragas al verlo, le había gustado… al cuarto de hora de
charla, copas y toqueteos, el hielo se había fundido y, al ritmo de una buena
música, empezó nuestro primer trío.
Mientras yo la cubría de besos, él, lentamente, fue desnudándola,
alabando cada parte de su delicioso cuerpo, luego la tumbamos en la cama y los
dos la fuimos besando y acariciando a la vez, yo empecé por arriba y él por
abajo. La oímos jadear como a una hembra en celo cuando yo le lamía los pezones,
acariciando su vientre, y él empezaba a besar y lamer su sexo, ¡cómo le gustaba
sentirse hermosa y deseada, tocada y besada por los dos a la vez! él y yo nos
miramos y sin palabras nos entendimos al instante.
Con un rápido gesto colocamos
a mi mujer sobre él, cara a cara, cuerpo a cuerpo, sexo con sexo, él la estaba
acariciando a conciencia y ella gozaba, haciéndonos saber lo que sentía como
mujer y como diosa. La embistió con suavidad y metió todo su sexo dentro
sacando de ella una exclamación que no voy a repetir; definitivamente estaba
gozando de lo lindo. Yo me paré un momento y contemplé la escena, los dos
tenían los ojos cerrados y estaban disfrutando salvajemente. No sentí celos, me
felicité por mi hombría y me sentí el autor de la fiesta… susurré al oído de mi
mujer: “¡como disfrutas cariño, que callado
te lo tenías jodida…!” y me contestó: “te
adoro amor y te quiero más que nunca, pero ahora te quiero detrás, fóllame tú también…”
Empecé a besar su espalda y sus lindas nalgas que
danzaban al vaivén de su cabalgada salvaje, la agarré fuerte por la cadera, reduje
sus movimientos y dije en voz alta, ¡voy
a sumarme a la fiesta! Los dos pararon y, con destreza, lubriqué con cariño
el ano de mi amada, mi erguido y ansioso pene, y me dispuse a penetrarla suavemente
para hacerla gozar igual que yo iba gozando cada milímetro que avanzaba. Cuando
tuve más de la mitad dentro, le dije “¡ahora
sabrás si tu sueño vale la pena, te vas a enterar…!”
Inicié mi cabalgada y, al momento, su apuesto capricho se
acompasó a mi ritmo, ella se dejaba llevar con los ojos cerrados por su
poderosa fantasía, jadeando, chillando, animando, disfrutando, se puso a reír y
a llorar a la vez, noté que estaba a punto de llegar, paré y él siguió, luego
paró él y seguí yo y, así, prisionera de los dos, entró en una espiral de
placer, gritando y dando gracias a sus diosas, cayendo sobre él, viendo su
placer culminado.
Los dos la poseímos a la vez y luego, por separado, los
dos la hicimos gozar varias veces hasta el éxtasis y fue curioso porque sentí
una cierta camaradería con ese chico, estábamos de acuerdo en qué hacer para
satisfacerla a ella sin ánimo de demostrar nada a nadie, simplemente gozar
viendo como ella se retorcía de placer una y otra vez entre nosotros.
Terminamos con un clásico del porno, masturbándonos los
dos sobre ella, le gustaba que yo lo hiciera a veces y esta vez se llevó
partida doble. El final fue en la gran bañera del hotel, los tres riéndonos
enjabonándonos y jugando, como fin de fiesta nos dijo: “los dos me habéis hecho sentir muy especial, muy mujer, muy golfa, pero
muy grande a la vez, y ahora me encantaría sentirme aún más vuestra y colmar
otra fantasía, aunque me sorprenda a mi misma y a la vez me avergüence
pedíroslo, pero es como lo siento en este momento: quiero vivir una lluvia
dorada, sentir sobre mi cuerpo vuestra calidez, la de los dos”, y así, sin
chistar y, casi con reverencia, realizamos su último deseo, yo oriné sobre su
sexo y él sobre su pecho.
Se despidió muy cortésmente y yo le di lo convenido de
forma discreta, al marchar ella me miró y yo asentí, le dio un buen morreo al
chico. Reconozco que se lo había ganado.
Cuando todo terminó, una vez solos, me dijo, “ éste ha sido el regalo más difícil que me han
hecho en toda mi vida. Me has hecho muy feliz, los dos me habéis tratado como a
una diosa y a la vez me habéis hecho sentir muy…guarra, sepas que después de
esto te quiero mucho más, me has demostrado algo que muy pocos hombres serían
capaces de hacer”, y me regaló un largo y prolongado beso que volvió a
encender el fuego de todo mi ser.
Mi hombría se creció, mis celos desaparecieron ¡había
conseguido vencer el miedo al ridículo! y gracias a ello le había regalado un día
inolvidable. Me sentí grande, generoso, y la amé mucho más todavía porque la
veía más mujer que nunca, mi querida golfa, mi amante, mi diosa…
Ricardo
¡Enhorabuena, Ricardo!
ResponderEliminarEjemplificadora experiencia. Digna de emular. Gracias por la idea. Empezaré con el plan para su cumpleaños. Qué excitante! (hasta tuve una erección leyéndote)
Hazlo con todo el amor y será un regalo que no olvidaréis en vuestra vida. Ya verás las erecciones que sentirás viendo a tu pareja gozar...
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