Locuras de
Ricardo, algunos le llaman Kundalini
Estaba en la cama, entre
despierto y soñando, dejando mi mente, sintiendo mi cuerpo y escuchando los
mensajes del alma.
Mis genitales estaban vivos, los sentía unidos a la
tierra, a mis instintos primarios, formando parte del aire, del agua y del fuego,
siendo un ser de la Gran Madre Naturaleza, un ser vivo conectado con la fuerza
que me daba el sentirme parte de este gran todo que es la creación.
Primitivo, chamán, cazador… hombre, amante de la
Naturaleza, del Gran Femenino, de la Diosa Tierra. Sentí en mis entrañas la
invasión de este femenino, sentí a la tierra, a la diosa entrar en mi sexo y
apoderarse de mí y sentí la energía femenina hacerme suyo.
Mi alma me inundó de belleza:
un lago, una cascada, olor a tierra mojada, hierba, flores, pájaros… un dulce y
poderoso amanecer y, entre los rayos del sol que bañaban mi cuerpo, sentí la
presencia femenina de las diosas: mujeres casi etéricas, bellísimas, volátiles,
sensuales, medio ninfas, medio hadas, que sonreían, jugaban y me miraban con
amor. Olían a perfume de mujer, a hembra silvestre, a cielo.
Todo este femenino, tan hermoso, hizo que me olvidara de
mi, de mi condición de hombre, de mi sexo, de todo, menos de mi esencia. Me
sentía más vivo que nunca, más libre que el aire, más volátil que una pluma y
entregado a esta sensación sentí la armonía femenina de la tierra y escuché la
música de la naturaleza… era como si miles de esferas de todos los tamaños y
colores vibrasen emitiendo luz y sonidos indescriptibles que me hacían sentir
en la salud, la abundancia, la armonía, la belleza, la paz, la ternura, la comprensión…
en el amor.
Me sumergí en este mundo femenino, en este delicioso Yin
y me dejé fundir en él. La diosa me hizo suyo y me rendí a ella entregándole mi
ser.
Su útero, su vagina, su sexo latían en mi interior, en su
palpitar sentí formar parte del corazón femenino y me perdí en un estado de
consciencia desconocido hasta ahora por mi… dulce silencio, paz, luz…
Poco a poco fui retornando de esta sensación, sentí el
aire que respiraba, el calor de mi cuerpo, el palpitar de mi corazón… era tanto
el poder de la diosa dentro de mí que sentí humedecerse mi sexo, excitándome
por el deseo, por la pasión de fundirme en cuerpo y alma con el Gran Masculino,
con el Sol, con el Yang del Universo, con el dios hecho hombre.
La diosa que albergaba empezó a excitarse cada vez con
más intensidad, empecé a jadear, mi corazón se aceleró, sentía como ella deseaba
ser penetrada por mi dios, ser follada y morir abrazada a él, en un divino
orgasmo…
Perdí la noción de todo lo conocido y sentí adentrarme en
un universo de deseo, pasión, placer, sexo, orgasmo… un maravilloso camino para
llegar al éxtasis sagrado de la comunión íntima, de la fusión del masculino y
el femenino, del sentirse parte de toda la creación.
Algo estalló dentro de mí, la fuerza, la energía femenina
que yacía en mis genitales salió buscando la luz del sol por mi cabeza, sentí
mi pene ascender conmigo, todo mi cuerpo lo sintió, mi corazón estalló de amor,
de mi garganta brotó un grito, mi mente solo vio mucha luz y sentí morir en un
éxtasis orgásmico que me transportó no sé donde.
No se cuanto duró, pero por el
camino de retorno, supe que algo muy grande me había ocurrido; en mi interior
sentí un gran amor, una capacidad de comprensión desconocida, me sentí muy
grande y a la vez muy pequeño, siendo consciente de la inmensidad en la que
estaba, sentí en mi interior la pequeñez del hombre y la grandeza del dios. Me
di cuenta que estaba en la cama, abrazado a mi mujer, con mi pene todavía casi
erecto y mojado. Abrí los ojos, la miré y la besé con mis labios y mi alma.
Cuando volví a abrir los ojos, los suyos y los míos
estaban mojados, pero nuestros labios dibujaban una bella sonrisa. Empecé a
comérmela a besos, los dos nos excitamos y al hacerle el amor, le dije: tu diosa se folló a mi dios, pero ahora yo,
tu dios, voy a follarte a ti, mi diosa, mientras la penetraba dulcemente.
Ricardo Alas
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