lunes, 14 de abril de 2014

Iniciación tántrica al placer

Dentro del ambiente que me gusta crear para dar un buen masaje tántrico a mi pareja, música, velas, incienso, temperatura, telas para cubrirla, aceites… y mi propia vestimenta, me gusta susurrarle suavemente un cuento, mientras le hago el masaje sagrado, una historia que me invento cada vez para llevarla a este otro mundo y facilitar que su sexo, sus emociones y su alma se abran a las nuevas experiencias y placeres que mi parte tántrica pueda ofrecerle…

Para comprender mejor esta historia os recomiendo leer antes mi post sobre “El masaje del Yoni”. Ahí va un posible cuento:

Era una vez, una mujer que quería conocer una nueva forma de vivir y de sentir, más tranquila, más en paz y mucho más hermosa de lo que ahora la vida le ofrecía… y decidió tomarse un tiempo sabático y emprender un viaje a un templo en la india que una amiga le había recomendado.

Llegó a este templo, sus maestros eran hombres sabios y también tenía una maestra que era la sacerdotisa del templo donde cada día se hacían rituales sagrados con cánticos, danzas y ofrendas.

Le enseñaron a relajarse, a respirar y a meditar en su esencia femenina, a sentir esta energía en ella y su alrededor… (mis manos empezaron suavemente a acariciar su cuerpo por encima del pareo que la cubría), aprendió a distinguir entre su parte más femenina (caricias muy dulces sobre pechos y monte de Venus) y su parte más masculina (suave masaje en la cabeza, pelo…), le enseñaron a contemplar el mundo de otra forma, donde todo era atraído por su complementario y donde de esta atracción surgía la felicidad, la paz y el placer de vivir… (besos en la frente, párpados y cara mientras las manos danzaban suavemente sobre su cuerpo).

Más adelante aprendió que el masculino era el complemento ideal de su femenino, aprendió a sentirlo en si misma, a reconocerlo, a respetarlo y a honrarlo, olvidando viejas creencias, sanado heridas ancestrales (más caricias que revelaban, cada vez más, mi atracción hacia su femenino, aunque de forma muy sosegada y respetuosa), el masculino ideal era dador de poder, de protección, de seguridad y de placer… ella se abrió a todas estas enseñanzas y poco a poco, día a día, se imaginaba lo que podría sentir con un hombre santo que supiera honrar tanto su cuerpo de diosa, que le ofreciera toda su hombría para regalarle el placer más absoluto (mis caricias se atrevieron a rozar provocativamente sus genitales, sintiendo un estremecimiento entre sus piernas).

Preguntó cuándo podría practicar y sentir todo esto y le contestaron: cuando entiendas de donde viene el verdadero placer. Y poco a poco (las caricias no cesaban y cada vez su respiración era más lenta y relajada) fue aprendiendo que el placer era un estado de todo su ser, era conseguir la armonía del cuerpo, con las emociones del alma, era amar a su parte más salvaje y honrar y adorar a su parte más divina y sintió la felicidad dentro de sí y lloró y danzó durante horas.

En medio de su danza en los jardines del monasterio, apareció su maestra y mirándola con ternura se puso a danzar con ella, las dos vibraban con los elementos y el fuego las fue poseyendo porque ella notó como sus genitales se humedecían, se calentaban y le pedían ser saciados (tocando y acariciando por encima los labios externos y un poco el perineo), al cesar la danza las dos se tiraron al suelo, se abrazaron y su maestra le dijo: ya estás preparada, esta noche date un buen baño, ponte bien hermosa y estate preparada porque a las 9 vendré a buscarte.

Se preparó para el ritual con su primer amante tántrico, ella sabía que podía ser cualquiera de los monjes que estaban allí, se olvidó de sus viejas ideas, sobre cual podría ser el mejor y pensó: cualquiera de ellos podrá hacerme tocar el cielo (ahora mis caricias eran más intencionadas, se iba acercando el gran momento…). Llegó su maestra, la miró y con un ligero saludo le dio su aprobación, cogiéndola de la mano la llevó hasta una habitación en la que ella nunca había entrado, era muy acogedora y cálida, había un fuego en la chimenea, un fouton grueso en el suelo, cojines, mantas, sedas, muchas velas, incienso, una música muy suave con mantras y delante de un pequeño altar con flores, símbolos del masculino y femenino, aceites y cremas… había un monje que solo llevaba la parte inferior de su túnica, estaba de espaldas, en posición de loto, meditando.

Se inclinó ante el altar y se incorporó. La miró, sonrió y cruzando sus manos sobre el corazón le inclinó su cabeza en señal de reverente saludo (mi mano estaba parada sobre su matriz, la otra en la frente, dando calor, dando amor), soy Pema Shonin, tu fiel servidor. Era un hombre de unos 50 años, fuerte, agradable de cuerpo y cara y con una sonrisa encantadora. La maestra se retiró y cerró la puerta, él monje le ofreció un té y le explicó que como iniciación al placer hoy le haría el masaje Maithuna del Yoni (sus genitales, su templo sagrado), que él sería su servidor e iniciador al placer sagrado y que deseaba ser digno de tan alto honor, le pidió permiso para empezar y empezó a desnudarla lentamente, plegando y dejando cada una de sus prendas sobre una mesita…

Tumbada sobre el fouton, con el cuerpo desnudo, cubierto por una seda fina, el monje se frotó las manos para calentarlas y empezó a acariciar su cara, su frente, su cuello… (mis caricias seguían las del cuento, las del ritual sagrado) y descendiendo suavemente sobre la seda los dedos del monje le hacían sentir el placer de cada caricia que le llegaba hasta lo más íntimo de su ser.

Eres una mujer muy hermosa y con mucha luz, me considero indigno de tocarte y proporcionarte el placer que te mereces y, por ello, voy a dejar que sea mi dios el que te acaricie y te proporcione todo lo que deseas… respira, lenta y suavemente…ábrete a recibir y agradece, siente y no pienses… vive (la despojé del pareo de seda que la cubría y admirando la belleza de su desnudez, unté mis manos de aceite y empecé a acariciar su piel)

Cada lector puede seguir el cuento como le apetezca, pero yo haría la introducción a sus genitales y después, durante el masaje más íntimo, un largo silencio con alguna palabra o frase suelta y algo muy dulce al final… Algo así…

Ahora voy a despertar a tu diosa, oculta en tus entrañas y para ello debes dejarme entrar en tu Yoni, en tu templo sagrado… gracias por el honor que me has concedido, espero ayudarte a sentir la grandeza que siento dentro de ti (ya con los dedos dentro de la vagina y buscando y masajeando sus zonas más placenteras, aquí os dedicáis a darle placer, a masajear según lo que habéis leído, a cuidar su respiración y a retardar en lo posible su orgasmo)

Puede que llore, que ría, que grite o que sintáis que está apunto de tener un orgasmo, Haced que respire y calmadla, ofrecedle presencia, vuestra esencia tántrica… y, olvidaros de vosotros mismos…Tiempo recomendado entre 20 y 30 minutos. Cuando sintáis que el proceso sanador se ha cumplido, que su placer es muy grande y que anhela estallar en un éxtasis orgásmico, anunciadlo y excitadla acariciando con más intensidad su punto sagrado (punto G y su clítoris para hacer que su orgasmo vaya subiendo lentamente y cuando llegue a su cima se suelte y vuele. En aquel momento nosotros hemos de quedarnos quietos, respirando su energía, sintiendo su orgasmo, su éxtasis… sin retirar las manos, sin hacer nada.

Gracias por haber permitido que mi dios interior te haya podido guiar en este camino hacia tu fuente sagrada del placer. Para mi ha sido un honor poderte servir. Namaste (y dándole un suave beso en la frente la cubriremos con algo cálido hasta que ella desee salir de este estado.

Fin del cuento

Que lo contéis con mucho amor a vuestras diosas

Ignasi Tebé

Terapeuta, educador y escritor sexual

Profesor de Sex Academy Barcelona

sábado, 12 de abril de 2014

Amantes de verdad

Ser un buen amante no es tarea fácil ya que casi siempre pensamos más en lo que deberíamos hacer y casi nunca en cómo deberíamos ser.

Para ser un buen amante no es imprescindible ser guapo, deportista, seductor, cariñoso, amigo de los animales, apasionado, seguro, sexy… (aunque si lo somos mejor); lo que nos hace falta es ser ese alguien seguro de sí mismo, pero con una mente muy abierta a escuchar y comprender, con un corazón muy grande para sentir y vivir y con una masculinidad que ofrezca presencia por encima de todo, además de pasión y seguridad.

Un buen amante no es aquel que tiene un pene de más de 15 cm, capaz de aguantar mucho rato antes de correrse y que además le dedica un tiempo a los preliminares. El que es bueno de verdad ama con todo su cuerpo, con todo su corazón y con toda el alma, sabe valorar la relación en toda su amplitud y por lo tanto no pone expectativas, está seguro de sí mismo, si quiere, puede prescindir de la penetración, sabe qué ofrecer en cada momento, no duda sobre cuándo decir unas palabras dulces, ni tampoco si en medio de la pasión más ardiente suelta frases fuertes, sabe acariciar, besar, lamer, arañar, morder o dar cachetes con arte, en el momento adecuado, sabe agarrar fuerte, abrazar y quedarse quieto respirando a su amada, sabe dominarla con respeto y dejarse dominar cuando es el momento, sabe mirarla a los ojos y fundirse con ella.

En el mar de las emociones femeninas, sabe escuchar, emocionarse, estar al lado de su llanto o de su risa, ofrecer su presencia, su proximidad y su distancia, su mano y su abrazo, pero nunca interrumpe, ni pregunta, ni busca las raíces del problema, ni estudia posibles soluciones; simplemente es un hombre que sabe ofrecerse, sabe estar y escucha.

Como compañero es un buen amigo con el que compartir el día a día, alguien con el que siempre puedes contar, que la escucha y le hace de espejo, ofreciéndole la posibilidad de que sea ella misma la que encuentre el camino, las soluciones, porque él le está ofreciendo su presencia.

La mujer, al lado de un hombre así, se relaja, deja de tener miedo a que la vuelvan a maltratar, abusar de ella o despreciarla… y saca su encanto femenino, dejando florecer poco a poco a la diosa que hay en ella. El Hombre ante este espectáculo se rinde y honra su femenino, su belleza, su forma de ser, de mujer y de diosa.

Este hombre ama a la mujer porque ama el femenino, la tierra, la naturaleza, la vida, la alegría y ello le permite reflejar el niño que lleva en su interior, un niño juguetón, alegre, divertido, curioso, travieso y vivaracho, un niño que encantará a todos y en especial a muchas mujeres sensibles.

Y en la cama, este amante sabrá hacer que la mujer se sienta guapa, atractiva, deseada, única, amada y adorada, se entregará y le ofrecerá lo mejor de sí misma, todo su ser, desde sus entrañas hasta el templo sagrado de su diosa.

Ver y sentir cómo una mujer así llega al orgasmo puede emocionar y hacer llorar de felicidad al amante que lo es de verdad.

Ignasi Tebé
Terapeuta, educador y escritor de sexualidad. Colaborador de Sex Academy Barcelona