sábado, 12 de abril de 2014

Amantes de verdad

Ser un buen amante no es tarea fácil ya que casi siempre pensamos más en lo que deberíamos hacer y casi nunca en cómo deberíamos ser.

Para ser un buen amante no es imprescindible ser guapo, deportista, seductor, cariñoso, amigo de los animales, apasionado, seguro, sexy… (aunque si lo somos mejor); lo que nos hace falta es ser ese alguien seguro de sí mismo, pero con una mente muy abierta a escuchar y comprender, con un corazón muy grande para sentir y vivir y con una masculinidad que ofrezca presencia por encima de todo, además de pasión y seguridad.

Un buen amante no es aquel que tiene un pene de más de 15 cm, capaz de aguantar mucho rato antes de correrse y que además le dedica un tiempo a los preliminares. El que es bueno de verdad ama con todo su cuerpo, con todo su corazón y con toda el alma, sabe valorar la relación en toda su amplitud y por lo tanto no pone expectativas, está seguro de sí mismo, si quiere, puede prescindir de la penetración, sabe qué ofrecer en cada momento, no duda sobre cuándo decir unas palabras dulces, ni tampoco si en medio de la pasión más ardiente suelta frases fuertes, sabe acariciar, besar, lamer, arañar, morder o dar cachetes con arte, en el momento adecuado, sabe agarrar fuerte, abrazar y quedarse quieto respirando a su amada, sabe dominarla con respeto y dejarse dominar cuando es el momento, sabe mirarla a los ojos y fundirse con ella.

En el mar de las emociones femeninas, sabe escuchar, emocionarse, estar al lado de su llanto o de su risa, ofrecer su presencia, su proximidad y su distancia, su mano y su abrazo, pero nunca interrumpe, ni pregunta, ni busca las raíces del problema, ni estudia posibles soluciones; simplemente es un hombre que sabe ofrecerse, sabe estar y escucha.

Como compañero es un buen amigo con el que compartir el día a día, alguien con el que siempre puedes contar, que la escucha y le hace de espejo, ofreciéndole la posibilidad de que sea ella misma la que encuentre el camino, las soluciones, porque él le está ofreciendo su presencia.

La mujer, al lado de un hombre así, se relaja, deja de tener miedo a que la vuelvan a maltratar, abusar de ella o despreciarla… y saca su encanto femenino, dejando florecer poco a poco a la diosa que hay en ella. El Hombre ante este espectáculo se rinde y honra su femenino, su belleza, su forma de ser, de mujer y de diosa.

Este hombre ama a la mujer porque ama el femenino, la tierra, la naturaleza, la vida, la alegría y ello le permite reflejar el niño que lleva en su interior, un niño juguetón, alegre, divertido, curioso, travieso y vivaracho, un niño que encantará a todos y en especial a muchas mujeres sensibles.

Y en la cama, este amante sabrá hacer que la mujer se sienta guapa, atractiva, deseada, única, amada y adorada, se entregará y le ofrecerá lo mejor de sí misma, todo su ser, desde sus entrañas hasta el templo sagrado de su diosa.

Ver y sentir cómo una mujer así llega al orgasmo puede emocionar y hacer llorar de felicidad al amante que lo es de verdad.

Ignasi Tebé
Terapeuta, educador y escritor de sexualidad. Colaborador de Sex Academy Barcelona 

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