viernes, 30 de agosto de 2013

Dulce amor añejo

Estaba en la sala de espera del hospital una hora antes de que me dijeran que se me había reproducido otro tumor en la vejiga y que de nuevo tendría que pasar por la operación, postoperatorio, tratamiento, instilaciones, etc.

Delante nuestro había una pareja de personas mayores, él unos 80, ella unos 70 y muchos, el enfermo era él y ella no sé que le contaba, pero le hacía reír, se tocaban, algunos besos, él me miró como queriéndome decir “la quiero, ¿te extrañas?”… me los imaginé en la cama amándose, comenté con mi pareja la belleza de la escena, le dije “quiero escribir sobre el sexo de estos dos…” y al llegar a casa, pasado el bajón de saber que mi cáncer todavía seguía ahí y el subidón de saber que seguiré amando la vida, cada día y escribiendo mis sentimientos sobre esta maravilla que es el sexo y el amor,… me dispuse a escribir este post:

Hoy era su 78 cumpleaños y ya llevábamos 51 años de casados, llevaba días pensando en qué regalo le haría, no era fácil, así que decidí darle lo mejor a mi amada Lucía…

Aquella noche le pedí que me dejara la cocina para hacerle una cena especial, ya había ido a comprar lo necesario y lo había medio camuflado en armarios y en la nevera (dentro de una bolsa, que recé para que no abriera). Una cena de otoño, con una crema de marisco y una ligera parrillada de pescado acompañada de verduritas a la brasa. Un Albariño (le gustaba este vino para el pescado) y, como no, una tarta con dos velas, el 7 y el 8, y tras una infusión de hierbas, un chupito de Chartreuse verde; como veis, una cena sencilla para mi reina.

La amaba con locura, muchísimo más que el primer día cuando la vi en casa de unos amigos poco después de la mili. Seguía igual de hermosa, más encogida, con hermosas arrugas, hechas de alegría y felicidad, una madraza con nuestros hijos y su prole, amiga de la vida y, conmigo, toda una compañera de camino, de aquellas que te hacen amar el pasado y el presente, además de una excelente mujer, amante y cuidadora… todo un amor.

La cena transcurrió con alegría, adornada de unas velas y con un CD de música sensual que le encantaba y que usábamos cuando nos dábamos masajes el uno al otro. Aquella noche tenía algo de especial, ella intuía que detrás de esta cena había una sorpresa, porque sus miradas eran de las que preguntan sin querer saber la respuesta. Llegó el pastel y antes de soplar las velas cerró los ojos unos instantes, estaba preciosa a media luz, ¡cuánto amaba y deseaba aquella mujer! Sonrió picaronamente antes de abrir los ojos, me miró y sopló sus velas con una gracia que me hizo estremecer.

Charlamos del largo camino que habíamos recorrido juntos, de nuestras aventuras de todo tipo, mías, suyas, de trabajo, con nuestros hijos, los nietos, el yerno, los amigos… algunos ya no estaban y sobre todo nuestra conversación giró entorno a lo mucho que los dos queríamos hacer todavía: viajar, leer, salir y, cómo no, amarnos mucho en la cama y donde fuera… recordamos algunos momentos lujuriosos de nuestra vida, el último en casa de unos amigos, en un rincón de su jardín, el pasado verano… los dos, como ocurría a menudo, nos calentamos, de aquella forma tan hermosa en que quieres besarla, acariciarla y saborearla desnuda, hasta el amanecer.

En plan caballero la invité a levantarse y bailando al compás de la música le dije con la cara más seductora que supe: “¿apetece algo más…?” Sonrió y me dijo: ves al baño, túmbate en la cama y espérame, no te duermas por favor; mi corazón se aceleró, ahora podría darle mi regalo de verdad.

Me había comprado unos boxer negros que me quedaban muy bien y una camiseta sin mangas a juego, hacía tiempo que no me ponía algo parecido, bajé la sábana encimera y la plegué a los pies de la cama, encendí unas velas, cambié y subí el volumen de la música y llené la sábana de pétalos rojos de rosa, de los que huelen, me tomé media viagra para estar más a tono con ella y la esperé sentado en la cama, con un ramillete de rosas blancas, una caja de bombones y una botella de cava bien fría escondidas en mi mesita de noche.

Salió radiante, su pelo recogido y un corto camisón blanco con lacitos rosas que le regalé hace un par de años, olía a romance, se hizo la coqueta y cuando vio los pétalos de rosa y la luz que nos rodeaba, se tumbó con los brazos abiertos y me dijo, “¡qué feliz que soy… cuánto me amas!”, me abrazó y nos pusimos a besarnos con tanto deseo que parecíamos recién casados; tomé aliento y le di el ramo de flores; mientras las olía, le subí el faldón del camisón y empecé a besar su vientre, jugando con su ombligo, bajando poco a poco hacia su sexo, queriendo oler su flor particular. Me paró sonriendo: “¡no corras tanto… que no hay prisa!”

Me senté en la cama mirándola embelesado, “¿todavía me tienes ganas pillín?”, “ya lo ves Lucía… como el primer día”, la besé y abracé con miedo a hacerle daño, ya notaba la pasión de la viagra subiendo por mis venas.

“Toma cariño, los bombones que te gustan” y le acerqué una caja de bombones rellenos de licor y frutas, como ella los prefería; tomó uno de aquella forma que sabía, saboreándolo y deshaciéndolo en su boca, tentándome a probarlo, sorbí parte del bombón en su boca y después abrí el cava, llené las dos copas y comiéndonos a besos, con lascivia, dije: “quiero comerte a ti”, se estremeció y sonriendo dijo: “no te atragantes, glotón…”.

Con dulzura le quité el camisón y empecé a besarla desde arriba, bajando despacio por sus pechos, besando y lamiendo sus pezones, sorbiendo cava en su ombligo, lamiéndolo entre sus pliegues y curvas, gozando del bombón que tenía frente a mí y que tanto amaba. Le quité las bragas y luego, después de mirarla con amor, me puse a saborear la exquisita delicia que tenía entre sus piernas, le echaba cava de mi copa y lo sorbía entre sus labios vaginales, acariciaba y lamía suavemente con mi lengua el preciado tesoro de mi amada, empezó a mojarse de algo más que cava, nunca había tenido sequedad vaginal, era como un fresco oasis que, un caminante sediento como yo, siempre encontraba. Su deseo iba subiendo y mientras con una mano jugaba con sus pezones, metí un par de dedos dentro de su templo sagrado, acariciando su interior, besando su altar, gozando de su cáliz y bebiendo de él.

Gimió al principio, se le aceleró la respiración, el corazón le iba a cien, me asusté un poco… “¿estas bien mi amor?” sin dejar de suspirar dijo: “en la gloriaaa…” y pegando un grito se sumió en un orgasmo de los que marcan época, la de su cumpleaños.

La abracé con las fuerzas que tenía y le besé los párpados cerrados que le permitían estar en un lugar lejano, donde los años no pesan y el amor se vive siempre.

Los entornó y me dijo: “tu eres el mejor regalo de toda mi vida”, y la fiesta siguió hasta que se terminaron los bombones, el cava, y abrazados los dos le volví a decir: Felicidades Lucía, ¿te gustó mi regalo?

Ignasi Tebé

Terapeuta y educador sexual.
Colaborador de Sex Academy Barcelona

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Como la vida, es un relato enmascarado de un fragmento de la vida de alguien que conocí. Bella pareja a la que deseo parecerme

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  2. Ignasi, ya había leído el relato pero al volverlo a leer, me he vuelto a emocionar, quien pudiera tener un amor así en la vejez, cada vez con menos esperanza por que es dificil conseguir alguien que quiera compartir la vida. Y al leerla tambien me veían las imagines de mis padres, y de mis abuelos paternos, mi abuelo paterno se caso dos veces y siempre fue un amante apasionado.Gracias Ignasi por tu relato y por tu testimonio de vida, siento una gran admiración por ti, besos

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    1. Realmente no es fácil, ni a la primera, ni a la segunda... pero cuando se trabaja la magia interior, cuando aparecen el respeto, la honra, la entrega y la devoción por uno mismo y por el otro, el fuego y la pasión vuelven a encenderse y el sexo sigue siendo maravilloso sin importar los años que se tengan. Gracias Magrana.

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